Barcelona, a finales del siglo diecinueve, como retrata tan bien Eduardo Mendoza en “La Ciudad de los Prodigios”, se encontraba, de pleno, en el frenesí de la revolución industrial.
En Barcelona, ésta se asentaba en industrias, próximas al puerto, que utilizaban el carbón como energía para fabricar de todo, mientras usaban a burros, caballos o bueyes, para el transporte.
Tanto por los humos de las chimeneas como por las deyecciones de los animales, hacían que la ciudad fuera un lugar pestilente e infecto. Si añadimos que todo ello que la penicilina aún no se había inventado... vivir en la zona antigua de la ciudad podía ser mortal.
Eso hizo que las clases pudientes optaran por vivir en la zona alta de la ciudad o en los pueblos de los alrededores, donde se construyeron cantidad de casas, que, en ocasiones, sólo se utilizaban para el veraneo.
Actualmente, muchas de aquellas casas han desaparecido, devoradas por un desarrollismo descontrolado. Ejemplo de ello es esta casa que, como se ve en la foto, se encuentra amenazada por construcciones modernas. Sólo una defensa numantina del Ayuntamiento de Cerdanyola ha hecho posible que se mantenga aún en pie.
La casa se encuentra en Cerdanyola de Vallés, Barcelona.